LA PSICOLOGÍA DEL ALTRUISMO
Un artículo que puede ayudar a quienes realizan campañas para convocar acciones altruistas en la sociedad
TOM FARSIDES, con una revisión de la evidencia y cómo podemos fomentar una sociedad más inclinada al comportamiento positivo, útil y destinado a promover la aceptación social y la ayuda.
¿A dónde fueron todos los buenos?
He estado cambiando canales;
No los veo en los programas de televisión.
¿A dónde fueron todos los buenos?
Tenemos montones y montones de lo que sembrar.
-Jack Johnson letras de canciones de ‘GoodPeople’
CONTRARIO a la opinión de Margaret
La infame sentencia de Thatcher, que “existe algo así como la sociedad”…
Además, como ciudadanos y como psicólogos tenemos una opción y tal vez una responsabilidad para decidir qué tipo de sociedad queremos. Una posibilidad es tratar de promover una verdadera sociedad civil, en la que las personas tengan tendencia a ser altruistas, a actuar sobre las preocupaciones por el bienestar de los demás, así como por laspropias. En tal sociedad, todo el mundo se beneficiaría de dar, así como de recibir atención y consideración (Post, 2005). Si se adoptase tal meta, la psicología tendría mucho que aportar.
En primer lugar, la psicología ha identificado varios mecanismos por los cuales las personas pueden llegar a conocer y preocuparse por las situaciones de otras personas. Revisar estas ayudas apoya en poder identificar qué es fundamental y qué es periférico en el altruismo, ayudando – lo más valiosamente posible –a ayudar altruistamente. En segundo lugar, la psicología proporciona un análisis completo de las situaciones en las que el altruismo (y otras motivaciones) conducirá y no conducirá a la conducta de ayuda. Tercero, la psicología ha identificado una serie de factores que, dejados sin control, socavan el altruismo efectivo. Por último, la psicología permite la identificación de una agenda teórica y empíricamente informada para promover una sociedad verdaderamente solidaria.
Conocer y preocuparse por las situaciones de otras personas
A medida que las personas maduran, pueden usar un conjunto de procesos cada vez más sofisticados para ayudarlos a comprender las experiencias subjetivas de otras personas. Aunque existen diferencias importantes entre dichos procesos, la “empatía” a menudo se usa como un término genérico para ellos. A mayor capacidad de empatía de las personas, mayor será su potencial para ser altruista. El entrenamiento en habilidades sociales que mejora las habilidades de empatía de las personas (Stepien y Baernstein, 2006) también tiende a mejorar su capacidad de ser altruistas. Sin embargo, se debe recordar que la manipulación y la agresión hacia los demás también se hacen más efectivas si se toma con éxito su perspectiva (Stone, 2006).
La empatía permite a las personas apreciar el mundo desde el punto de vista de otra persona. Si los empáticos se identifican con aquellos con quienes se identifican, es probable que se vuelvan comprensivos (Håkansson y Montgomery, 2003). Es decir, los empáticos se sentirán complacidos cuando las cosas parezcan ir bien con quienes tienen empatía (Smith et al., 1989) y se entristecerán (Hoffman, 1991) o se enojarán (Vitaglione et al., 2003) cuando no lo hacen. Hacer hincapié en las similitudes con otras personas aumenta la capacidad de las personas para identificarse con ellas y, por lo tanto, preocuparse por su destino (Levy et al., 2002). Subrayar las diferencias tiende a hacer lo contrario.
Al ayudar a las personas a apreciar perspectivas distintas a la suya, la empatía también puede resaltar el hecho de que las personas tienen preocupaciones personales que pueden verse afectadas por el comportamiento de los demás. Esto puede llevar a las personas a preocuparse por cómo deben comportarse, moralmente (Hoffman, 2000). Debido a que las preocupaciones morales tienden a determinarla preocupación por el bienestar de los demás, esto también puede llevar al altruismo (Carlo et al., 1996). Más que con una preocupación compasiva, la preocupación moral puede motivar la ayuda que no está ligada al bienestar de un individuo en particular en un momento determinado. Por otro lado, el altruismo inspirado en la moralidad es más a menudo paternalista que el altruismo inspirado en la simpatía. Esto significa que los puntos de vista sinceros de los altruistas morales acerca de cómo mejorar el bienestar de los demás no siempre los comparten quienes se “benefician” con esta ayuda. Además, muchas creencias morales putativas permiten o promueven el cuidado diferencial sobre el bienestar de los demás, a veces resultando en altruismo hacia algunos, pero indiferencia o incluso agresión hacia otros. Los terroristas son un producto de tal pensamiento “moral” (Victoroff, 2005).
Aunque la empatía puede ser un determinante vital del altruismo, su influencia es indirecta. La empatía promueve el altruismo, cuando lo hace, principalmente porque la empatía promueve preocupaciones morales simpáticas o de otro tipo. Las influencias de la simpatía y la moralidad sobre el altruismo también son indirectas. Las preocupaciones comprensivas o morales promueven el altruismo, cuando lo hacen, principalmente porque llevan a preocuparse por el bienestar positivo de los demás (Batson et al., 1995). Fundamentalmente, es este cuidado el determinante más directo del altruismo (Nichols, 2001).
El amor probablemente proporciona el ejemplo paradigmático de preocuparse por el bienestar positivo de los demás. Aunque se trata de una cuestión compleja, el amor es más evidente cuando las personas demuestran que genuinamente se preocupan por el bienestar positivo de los demás (Fehr y Russell, 1991). Una madre generalmente no nutre a su bebé porque siente empatía con él, simpatiza con él o se siente moralmente obligada a hacerlo. Ella lo nutre porque lo ama. En este contexto, amar y cuidar son casi sinónimos y rutinariamente resultan en un comportamiento altruista.
En las relaciones íntimas, las personas tienden a confiar en la simpatía o la moralidad (empatía derivada o no) para generar cuidado solo cuando el amor está ausente. Cuando el amor está presente, tales alternativas simplemente no son necesarias (Comte-Sponville, 2003). A veces, aunque el término es tímido, los psicólogos han demostrado repetidamente vínculos claros y positivos entre (representaciones de) el amor y el altruismo (por ejemplo, Clark y Grote, 1998; Mikulincer et al., 2005).
Cuidado calculado como mínimo, preocuparse por los demás significa esperar que las cosas vayan bien para ellos. Pero, para citar a otro ex primer ministro conservador, “Bellas palabras no mantequilla pastinacas” (?). Más que simplemente preocuparse por los demás es necesario para motivar la ayuda real. Más allá de la preocupación altruista, la decisión de actuar en interés de otro requiere que un altruista crea que ayudar es lo mejor para él. Esto no significa que los altruistas no se preocupen “realmente” por el bienestar de los demás. Simplemente significa que esto no es todo lo que les importa.
Simplificando bastante crudamente, si un altruista puede obtener beneficios de mejorar el bienestar de otra persona que no se ve compensado por los costos personales, es del interés del altruista ayudar y tenderá a hacerlo (Dovidio et al., 1991). Los componentes más importantes de este cálculo son los costos y beneficios para el altruista debido a los cambios en el bienestar de la persona atendida, y los costos y beneficios para el altruista de brindar ayuda personal para provocar dichos cambios (para una revisión, vea Piliavin et al., 1981). Cuantas más personas se preocupen por los demás, menos recompensas extra necesitarán para atraerlos a ayudar y mayores serán los costos que soportarán, cuando sea necesario, para alcanzar su objetivo de promover otro bienestar.
Tener el deseo de mejorar el bienestar de los demás significa que el altruista obtendrá placer de las mejoras en el bienestar del otro y se sentirá disgustado por la ausencia de tales mejoras (Batson y Weeks, 1996). Pero el altruismo por sí solo no motivará la ayuda si, por ejemplo, dicha ayuda parece innecesaria, insuficiente o contraproducente para satisfacer el objetivo de mejorar el bienestar de los demás (por ejemplo, Sibicky et al., 1995). Del mismo modo, satisfacer un motivo altruista a veces requiere el incumplimiento de otro: por ejemplo, una persona puede tratar de evitar la angustia de sus seres queridos al decidir no convertirse en donante de órganos.
Retos al altruismo
El altruismo no ocurrirá en ausencia de suficiente motivo, medios y oportunidad.
Como se discutió, los motivos se consideran entidades relativas. La tendencia a ser altruista es poco probable que florezca si se acompaña de motivos más fuertes y potencialmente competitivos; por ejemplo, aquellos asociados con la lealtad dentro del grupo (Lowery, 2006). De manera similar, el individualismo y el materialismo virulentos a menudo dejan poco espacio para preocupaciones altruistas. Cuando las sociedades promueven la expresión y el desarrollo individual como un derecho que raya en una obligación, no debería sorprender a nadie si los jóvenes en tales sociedades piensan que el altruismo amenaza su autonomía y bienestar (Sheldon et al., 2005). Si esas sociedades también idolatran la riqueza y el estatus, cualquier indicio de altruismo probablemente sea tratado con recelo, si no con burla (Ratner y Miller, 2001), que a su vez tenderá a socavar incluso el altruismo genuino (Batson et al., 1987). Batson y Moran (1999), por ejemplo, introdujeron el juego del dilema del prisionero como un intercambio social o como una transacción comercial. A menos que se evocara la empatía por el receptor, el marco comercial redujo la cooperación.
No importa cuál sea el medio cultural, los altruistas serán útiles solo en la medida en que se sientan capaces de serlo (por ejemplo, Lindsey, 2005). Los recursos requeridos por los altruistas varían según el contexto. Cuando se requiere heroísmo, el altruismo debe ir acompañado de valentía (Becker y Eagly, 2004). Donde el sufrimiento de los demás es grande, los altruistas deben ser capaces de lidiar con la angustia personal que puede acompañar sus inclinaciones comprensivas, morales o amorosas (Eisenberg, 2000). Donde la sociedad no apoya o es antitética a la preocupación de los demás, el altruismo debe ir acompañado de convicción y resiliencia (Greitemeyer et al., 2006). Y donde el altruismo ha llegado a parecer casi imposible, requiere fe o determinación (Marsh, 2004).
El altruismo siempre requiere la capacidad de evaluar e influir en el bienestar de los demás. Las demandas personales o situacionales excesivas que dificultan estas cosas limitarán las oportunidades para el altruismo (por ejemplo, Evans, 2005). Menos obviamente, también lo hará un enfoque excesivo en los medios en lugar de los fines; por ejemplo, dar a la caridad en lugar de perseguir los objetivos de la caridad (Fishbach et al., 2006).
Una agenda altruista
Es importante reconocer que se puede fomentar el altruismo, especialmente entre los jóvenes (Scourfield et al., 2004; ver Sutton et al., 2006). Esencialmente, nutrir a las personas es la mejor manera de nutrir su altruismo (Knafo y Plomin, 2006). Por el contrario, las personas que no son alimentadas tienden a volverse física y emocionalmente insensibles, incluidas las necesidades de los demás (DeWall&Baumeister, 2006).
El altruismo también puede debilitarse deliberadamente. Esto ocurre particularmente al entrenar personas para dañar a otros intencionalmente. De los muchos ejemplos crónicamente narrados en “Humanidad e inhumanidad: una historia moral del siglo XX”, de Jonathan Glover, un relato de Svetlana Alexievich ilustra la esencia de tal proceso: “Antes de ingresar al ejército, fueron Dostoievski y Tolstoi quienes me enseñaron cómo debía vivir mi vida. En el ejército, fueron los sargentos… “¡Ahora escucha esto! ¡Repite después de mí! ¿Qué es un para? Respuesta: ¡un bruto sangriento con puño de hierro y sin conciencia! Repita después de mí: la conciencia es un lujo que no podemos permitirnos “‘(p.51).
Más sutilmente, el altruismo se puede minar fomentando cualquier creencia aparentemente incompatible. En particular, debemos tener cuidado de decirle a la gente que no existe el altruismo. En cambio, el altruismo debe promoverse como algo común, atractivo y esperado. Las personas se sienten elevadas cuando presencian el altruismo (Haidt y Algoe, 2004) y, como resultado, tienden a volverse más altruistas (Yates, 1999). Si nuestro objetivo es promover el altruismo, debemos proporcionar tantos modelos altruistas atractivos como podamos, en la vida pública, en los medios y en nuestras propias vidas. También deberíamos recompensar el intento de altruismo, al menos más de lo que recompensamos cualquier cosa que sea antitética. Deberíamos celebrar a las celebridades que intentan ser altruistas.
Este punto merece énfasis. El altruismo tiende a prosperar cuando a las personas no se les impide desarrollar y expresar lo más noble de sus inclinaciones naturales. O’Donahue y Turley(2006) entrevistaron a mujeres que trataban con personas colocando avisos en los periódicos en el aniversario de la muerte de sus seres queridos. Solo una mujer había recibido capacitación específica para el papel, y esto era para asegurarse de que la simpatía no se interpusiera en los intereses comerciales. De hecho, todas las estructuras y sistemas del lugar de trabajo parecían estar “respaldados principalmente por objetivos de gestión tales como la eficiencia y la generación de beneficios” (p.1442). Además, la empatía y el altruismo en este contexto a veces eran especialmente emocionantes. Sin embargo, dada la suficiente autonomía y el apoyo mutuo, cada una de las mujeres se inspiró en la humanidad y en sus colegas para desarrollar cada vez más una “ética de la atención” compasiva.
Aunque hay situaciones específicas en las que el altruismo se desalienta activamente, la mayoría de la gente aprueba el altruismo “en general”. Sin embargo, se debe notar que tales sentimientos altruistas enmascaran dos barreras potenciales a la acción altruista. En primer lugar, es fácil estar de acuerdo con el altruismo en principio y evitar actuar de forma altruista en una cantidad de ocasiones específicas. En segundo lugar, los actos altruistas a veces implican algún nivel de sacrificio personal, incluso entre aquellos para quienes tales acciones son intrínsecamente satisfactorias. Por lo tanto, se fomentaría la promoción de una sociedad altruista fortaleciendo el compromiso activo de las personas con el altruismo (Maio et al., 2001) y al mismo tiempo fortaleciendo rasgos de carácter complementarios al altruismo “(por ejemplo, resiliencia: Peterson &Seligman, 2004).
El altruismo universal e incondicional es un objetivo inapropiado. Las personas deben ser guiadas en cómo distribuir su altruismo de manera aceptable, por ejemplo de acuerdo con la oportunidad y la efectividad en lugar de una mentalidad localista (Reed y Aquino, 2003). También se debe enseñar a las personas que el altruismo no requiere ser ciego a las fallas de los demás (Neff y Katney, 2005).
Finalmente, si bien promover el altruismo debería incluir hacer que el no-altruismo sea relativamente costoso (Henrich et al., 2006), debemos evitar creer que ser agresivos con los no altruistas es lo mismo que ser altruistas: por justos y similares que puedan parecer a veces (King et al., 2006). Del mismo modo que robar a los ricos no fomenta la caridad y golpear a los bravucones no enseña bondad, no es posible obligar a las personas a ser altruistas. Como con tantas otras cosas, cuando se trata de altruismo, uno tiende a obtener lo que uno da.
Soy optimista sobre nuestra capacidad de mejorarnos a nosotros mismos. Podemos aprender a ser decentes y afectuosos; podemos aprender a dar de nosotros mismos; podemos aprender a amar ¿Cómo hacemos eso? De la misma manera que aprendemos a hablar, leer, nadar o andar en bicicleta: necesitamos que alguien nos enseñe, y necesitamos práctica. Forni (2002, p.19)
■ Tom Farsides, conferencista de Psicología Social en la Universidad de Sussex.